En mi post “¿cómo evitar que los problemas financieros nos separen?” les conté que una de las reglas sobre el manejo financiero en mi hogar es: “nada de mis ingresos, ni tus ingresos, son nuestros ingresos”, pero queridos lectores, llegar a este punto de equilibrio no ha sido nada fácil y quiero compartirles cómo aprendimos esta lección.
Uno de los temas más difíciles de conciliar con nuestra pareja es definir ¿cómo vamos a manejar las finanzas? Lo común es que ambos vengan con un modus operandi individualista – algo que yo particularmente tenía bien claro- Además, siempre habrá alguien más hábil con los números, en este caso era yo… lo que, en principio, me hizo pensar que tenía cierta ventaja.
Cuando nos casamos, los dos teníamos un trabajo, pero ¡yo ganaba en ese momento un salario que superaba en un 50% el suyo! Así que, cuando llegó el momento de dialogar sobre el asunto, tomé la delantera y dije: “mira, me parece que lo justo es que paguemos todas las cuentas por mitad, independientemente del salario, los gastos de la casa son responsabilidad de los dos”. Mi esposo, con la tranquilidad que lo caracteriza, me dijo: “¿no te parece más justo hacerlo por porcentajes de acuerdo al ingreso que cada uno tiene?” Yo me apresuré a contestar: “no me parece” y, finalmente, me salí con la mía ¡yupi!
Meses después, por esos cambios normales de la vida, mi esposo encontró una mejor oportunidad laboral y yo, de igual forma, me vi forzada a cambiar de trabajo, sólo que esta vez mi ingreso disminuyó y el suyo aumentó, no en 50%, sino en un 100% comparado con el mío. Al poco tiempo yo ya no quería esta fórmula – obvio ya me sentía en desventaja- Y, aunque no me lo dijo nunca, yo sabía que a él le pasaba un fresquito. ¡Plop!
Un poco frustrada por la situación, me di a la tarea de traer, nuevamente, el tema a colación. Con mis ojos de ternero degollado y mi mirada tierna, dije: “ya no puedo más ¡estoy trabajando sólo para pagar gastos de la casa! Siento que es injusto”. Mi esposo con una risa socarrona me dijo: “te quejas y fuiste tú quien propuso esta fórmula”… “pero, no te preocupes, estoy abierto a que dialoguemos y revaluemos el tema”. La nueva propuesta acogida fue la de mi esposo: “porcentajes de acuerdo al ingreso que cada uno tenía” jajaja. Tampoco fue ésta la solución y es que ¿quién no se agobia cuando no se tiene claro en que gasta el dinero sobrante tu pareja?
Y así, entre fórmulas que vienen y van, fuimos entendiendo que, el día que decidimos unir nuestras vidas, nos comprometimos con un proyecto en común, por lo que era necesario aunar esfuerzos en todos los frentes para sacarlo adelante. Descubrimos que la formula correcta es: ¡o todos en la cama o todos en el suelo! que se traduce en tener una bolsa común a dónde van a parar todos nuestros ingresos, con lo cual, por un lado, nos beneficiamos mutuamente y, por el otro, estamos tranquilos ya que los dos conocemos, de forma clara, el estado de nuestra economía familiar.